Por JOSÉ LUIS BALBÍN.  

“Qué triste es que hasta el diablo tenga que saber más por viejo que por diablo”.   

Cierto Director de Informativos de Televisión Española, hace ya varios gobiernos, me comentaba tras la mesa de su despacho que había sido el mío: “Ya sé que a ti te tuvieron agobiado a presiones políticas, pero te aseguro que yo no tengo más que las normales para intentar influirme –que vienen tanto del poder como de la oposición y de los correspondientes medios de información afines- pero todavía no he recibido ninguna consigna de obligado cumplimiento”.

Pensé para mí que, si él era más militante político que periodista, maldita la falta que hacía consigna alguna. Así y todo, calculé el tiempo que llevaba en aquel despacho y respondí, más o menos: “Llevas poco tiempo en esa silla y todavía no te ha tocado dirigir la información de ninguna campaña electoral para esta televisión. Dentro de tres meses te llega la primera. Ya me contarás”.

    Muy poco tiempo después de aquellos tres meses, el colega en cuestión dejaba de sentarse en aquella silla. ¡Qué triste es que hasta el diablo tenga que saber más por viejo que por diablo!

Ante mi vista y mis oídos pasan continuamente gentes que se dicen y parecen moderadas, tolerantes, liberales. Habitualmente lo son. Hasta que la vida les somete a la prueba del nueve. En los momentos decisivos, casi todos maniqueos.

Sobradamente conocida es la herejía en cuestión: “O conmigo o contra mí”; “a veces las posturas moderadas son cómplices”; “hay momentos en los que no se puede ser tolerante”; “estoy contra la pena de muerte con excepciones” … Más de una vez he contado la paradoja del que se define tolerante: “Admito a las personas de todos los credos, excepto a los racistas y a los negros”.

Los valores que se dicen sostener hay que demostrarlos en los momentos difíciles y controvertidos, no cuando resulta fácil estar de acuerdo con los demás.  Puede ser cierto que no cabe la tolerancia frente a determinadas agresiones contra las que es inevitable utilizar la legítima defensa. Pero ¿cuántos t cuáles son estos casos ineludibles? De su número depende la credibilidad de los predicadores de valores. Cuando eso no exige esfuerzo intelectual, casi todo el mundo es comprensivo. En cuanto se trate de algo que llega a las vísceras, mal asunto.

Por enésima vez asistimos estos días al juego de los muchos maniqueos que en el mundo son. Razón de más para que nos detengamos a reflexionar y admiremos a quienes saben superar la parte más animal de lo animal que todos llevamos dentro.