Por JOSÉ LUIS BALBÍN.       

“Me uno en general a los partidarios del perdón, pero el perdón no es incompatible con la legítima defensa”.

Llevo unas semanas de ansiedad, las mismas que llevo sin encontrar la manera de utilizar el tono de ironía y humor  –a menudo negro, ciertamente- que me gusta utilizar cuando escribo.

Es culpa sólo mía, consecuencia de la radicalidad en que vivimos desde hace una temporada larga,  pero aún así debería ser capaz de encontrar ese tono, y no lo consigo. Temo también ser malinterpretado en relación con la justicia y su aplicación. He apostado docenas de veces por otra manera de código penal y augurado la desaparición del sistema de prisión cerrada actual, que quedará sólo para el control médico de los físicamente peligrosos, pues de deformación mental se trata en la mayor parte de los delitos. Y, sin embargo, no me contradigo si añado que el sistema actual es casi permisivo precisamente con los delincuentes más peligrosos. De hecho, como han dicho los iconoclastas de tantas épocas, se trata de una justicia que favorece a determinados privilegiados y se ensaña con el resto. Sobre la desproporción de los castigos también me he pronunciado a menudo.

Desgraciadamente llevamos meses con el turno de la política. No la política a secas, la partidaria, que buena es en el sistema democrático, sino el trile en que nos tienen sumergidos unos y otros, aunque por suerte, no todos. Hay excepciones, y muy meritorias precisamente porque son cada día menos.

Me uno en general a los partidarios del perdón. Para el perdón no hace falta contrapartida. Es una virtud del espíritu, por la que hay que felicitar a quienes lo otorgan y, aunque sea una realidad imposible, hay que desearla para todos. Pero el perdón no quiere decir falta de prevención, lo que sería una irresponsabilidad también culpable. Que un violador vocacional o un asesino en serie sea perdonado por sus víctimas directas o indirectas, no implica que su delito deba ser condonado por la Justicia. Repetirán y producirán nuevas víctimas y todos los responsables de tal condonación serán igualmente responsables de los nuevos delitos. No confundamos la crueldad o el ensañamiento con la legítima defensa.

Pongamos el ejemplo de las asociaciones de víctimas del terrorismo que están excesivamente politizadas y no se ponen de acuerdo con el resultado final del desenlace.  Casi mil asesinados y millares de víctimas colaterales amén del terror generalizado en la sociedad. Todo será bueno piensan algunos con tal de acabar con ello. ¿Todo? No sé cuánto, pero todo no. Bueno será el perdón, buena la falta de ensañamiento, buena la mayor generosidad de tantas víctimas como sea posible. Pero no hay que olvidar que los mismos de entonces son algunos de ahora y nunca se arrepintieron. No se puede llegar a la complicidad con los delincuentes o los asesinos. Repito, el perdón no es incompatible con la legítima defensa.