«ADIÓS EN AZUL».   

John D. MacDonald.

Muchas veces llegamos a un libro porque alguien nos ha dado la clave. Y yo recuerdo muy bien cómo llegué a Adiós en azul. Lo hice alentado por una mención de Kurt Vonnegut en la que comparaba esta novela con un tesoro de arqueología, a la altura de la tumba de Tutankamón. Si Vonnegut se ha equivocado alguna vez, lo desconozco, pero con ese comentario dio en el clavo. Con esa frase me dio la clave.

La novela, publicada originalmente en 1964, es la primera de la serie protagonizada por el investigador Travis McGee, un tipo duro pero flexible que vive en un pequeño esquife amarrado en los canales de Fort Laurderdale (Florida). Y, en esta ocasión, su misión es atrapar, por encargo de la dulce Cathy, a un maltratador cuyo rastro está plagado de mujeres hundidas y corazones rotos.

Adiós en azul es una emocionante intriga que tiene un poco de James M. Cain y otro poco de Westlake: la importancia de los perfiles femeninos, el humor en línea con el desencanto, una acción que navega desbocada por las turbulentas aguas del hard-boiled y del mejor pulp americano. De hecho, un par de entregas de Travis McGee fueron publicadas en los 80 en nuestra popular colección «Club del Misterio» (Bruguera), donde curiosamente también aparecían sus compañeros de pluma con dos novelas igualmente inolvidables: El cartero siempre llama dos veces y A quemarropa (que Westlake firmara como Richard Stark).

Libros del Asteroide publicaba en 2015 esta maravilla con traducción de Mauricio Bach. Un año después repetía con la segunda de la serie, Pesadilla en rosa. Contamos por el momento con estas dos entregas y con el recuerdo de una lectura cuyas páginas se funden en al menos diez calificativos: gloriosas, estimulantes, memorables, veloces, angustiosas, emocionantes, violentas, atípicas, ardientes e irrepetibles. Es decir, doscientas setenta páginas sin respiro.

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