Por JULIA MESONERO.    

Periodista.   

Entrevista al accésit en el I Certamen de Microrrelatos Periodísticos José Luis Balbín.

Su microrrelato LA HUIDA ha sido reconocido con el Accésit en el Primer Certamen de Microrrelatos Periodísticos José Luis Balbín. Felicidades.

¿Qué la animó a participar en el  concurso?

Descubrí el certamen por casualidad y me llamó la atención. Solía ver el programa de La Clave con mi padre cuando era adolescente. Supongo que no entendería muchas de las cosas que se trataban, pero recuerdo el momento con cariño, así que me pareció especial participar.

¿Tiene experiencia en este tipo de convocatorias?

He participado en algunos concursos de relato y he sido premiada en varias ocasiones. El penúltimo (el último ha sido este certamen) ha tenido como consecuencia la publicación del relato en una antología con el resto de seleccionadas.

¿Desde cuándo escribe y qué géneros literarios maneja?

Recuerdo inventar historias desde que aprendí a escribir. Cuando llegué a vivir a Madrid descubrí que lo que hacía eran relatos. Aquí he asistido a talleres de literatura de distintos géneros con diversos escritores, pero de momento solo he escrito relato.

¿A qué se dedica profesionalmente?

Soy ingeniera de telecomunicación.

Su relato LA HUIDA describe con desgarro la terrible realidad de la violencia de género. ¿Se inspiró en algún caso conocido?

No conscientemente, aunque sí conozco un caso cercano de violencia de género. Seguramente fue el subconsciente el que escogió el tema. En cualquier caso, siempre intento empatizar con las víctimas. No puedo ni imaginarme cómo es vivir una situación en la que tu amenaza está dentro del lugar en el que deberías sentirte segura: tu hogar.

La ternura con que trata la conversación de la protagonista con su pequeño es de una gran sensibilidad. Sólo una madre lo puede entender. ¿Tiene hijos?

Sí, uno. Y le encantan los pistachos.

¿Huir es la solución?

No lo sé, la verdad. Supongo que es esperanzador pensar que puedes huir de una situación como la que se describe en el relato. En cualquier caso, creo que hay que ser muy valiente para dar ese paso con toda la repercusión jurídica que puede llegar a tener cuando hay hijos de por medio. Pero situaciones desesperadas pueden hacer tomar decisiones límite.

¿Tiene vinculación con alguna asociación contra el maltrato?

No.

A  pesar de tanta información siguen produciéndose estas situaciones que con demasiada frecuencia acaban en tragedia. ¿No se denuncia a su debido tiempo?  ¿No se protege adecuadamente a las víctimas?  Desde su punto de vista, ¿Qué está fallando?

Seguramente haya un poco de todo. Mujeres que tarden demasiado en denunciar por miedo o por la esperanza de que un día su maltratador cambie de actitud, y mujeres que, habiendo denunciado, no hayan recibido la ayuda necesaria, a tenor de los casos de asesinatos de mujeres que ya habían interpuesto una denuncia. El proceso desde que una mujer se reconoce como maltratada hasta que denuncia y todo lo que viene a continuación no es fácil, y no siempre acaba con la justicia sentenciando a su favor.

En lo que creo que sí estamos fallando y que está en manos de todos es en la previsión, es decir, en la educación. Como sociedad, no podemos permitirnos que las jóvenes admitan actitudes de control, manipulación e incluso maltrato de sus parejas masculinas. Y las estadísticas no son muy optimistas al respecto.

¿Le quedó algo por contar en LA HUIDA porque el formato de máximo 200 palabras no se lo permitía?

La huida nació como un microrrelato, algo breve e intenso que casi dijera más con los silencios que con las palabras. Sin embargo, sigo explorando el tema con relatos más largos sobre mujeres en situaciones de vulnerabilidad porque siento que todavía quedan muchas historias que contar.

 

ACCÉSIT

LA HUIDA

– Y ahora, ¿podemos mirar por la ventanilla, mamá?

Me alargas con cuidado el bote con las cáscaras de los pistachos que has merendado.

– Y contamos los aviones, ¿vale?

Yo asiento escondida detrás de las gafas de sol mientras te doy la botella de agua que hemos comprado en la estación. Tú bebes, me la devuelves y pegas la nariz al cristal.

– ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cinco!

– Cuatro, cariño.

– Cuatro, lo siento.

Me miras con insistencia, como tratando de escrutar algo que te diga que las cosas ya están bien, que ya podemos hacer ruido, equivocarnos. Yo me trago las lágrimas para sonreírte y te invito a sentarte encima de mis piernas. Tú lo haces casi de un salto y gritas “¡mira mamá!”. Entonces me coges la cara con las dos manos para que yo también vea el cielo.

– ¡Mira ese qué cerca está! ¡A lo mejor es el nuestro!

Y yo miro, sin apenas ver con el ojo que no tengo hinchado, dejando que las lágrimas se derramen ahora que no me miras, apretando el bolso donde llevo los billetes del vuelo que nos llevará a donde él no nos encuentre jamás.