Por JULIA MESONERO.
Periodista.
De la misma manera que el caminante interrumpe de vez en cuando su trayectoria para descansar y otear el horizonte, creo que es aconsejable y bueno que periódicamente hagamos un alto en el camino, salgamos de la noria cotidiana, permanezcamos inactivos y demos rienda libre a nuestros pensamientos. Es quizá el único modo de no dejarse robotizar del todo y crearse un mundo subjetivo propio, una morada interior en la que podamos sentirnos a nuestras anchas. No se trata de elegir la soledad o el aislamiento para volver la espalda a los demás, sino al contrario, de retirarnos a lo recóndito de nuestra alma para mejor ver y comprender el mundo externo que por lo general registramos sólo fugaz y mecánicamente. Absorbidos por nuestros asuntos y por el estrés, lo habitual es pasar de largo y no prestar atención a lo que ocurre en torno nuestro. Es el triste precio que nos exige la civilización de las máquinas y la velocidad. Quizás por ello, al no ser capaces de parar nuestra alocada carrera, el Universo, la Naturaleza o Dios, que cada uno lo llame con arreglo a sus creencias, de vez en cuando nos da un toque de atención allí donde más nos duele, a ver si aprendemos de una vez antes de que sea demasiado tarde.
Esta reflexión viene a colación del confinamiento al que nos vemos sometidos como consecuencia del COVID-19, de las dramáticas circunstancias que nos han obligado a un parón que está dejando al descubierto, como ocurre en las grandes tragedias, lo mejor y lo peor del ser humano.
De entre lo mejor cabe destacar con letras mayúsculas la gesta de los sanitarios que, trabajando en condiciones precarias, arriesgan sus vidas para salvar las nuestras. No hay palabras ni aplausos suficientes para agradecer tal espíritu de entrega al servicio del prójimo. También cuesta encontrar palabras para agradecer a la Policía, Guardia Civil y Ejército; a los empleados de supermercados que trabajan a destajo para reponer productos; a quienes recogen nuestras basuras; a los propietarios de pequeñas empresas que ante la orden de echar el cierre, aprovechan sus infraestructuras para confeccionar de manera altruista material sanitario de primera necesidad… y no sigo porque la lista es larga y temo dejarme en el tintero a alguna de las personas y colectivos que están volcándose por echar una mano allí donde se necesita.
Lo peor y a lo que sólo dedicaré un par de líneas, es la actitud abyecta, ruin y miserable de un puñado de delincuentes que, mostrando su lado más oscuro, tratan de sacar beneficio económico del sufrimiento de sus semejantes sin que por más que tengan apariencia humana, se le remueva la conciencia.
Luego, en otro orden de cosas, tenemos la gestión que de la Pandemia está haciendo el Gobierno encabezado por un Pedro Sánchez incapaz de dejarse ayudar en la búsqueda de soluciones para acabar cuanto antes con ésta lacerante sangría de vidas. La unión hace la fuerza pero, sumido en la arrogancia del ignorante, lo único que demanda de la oposición es que le deje hacer y diga amén a todas sus decisiones aunque éstas le lleven y nos lleven, directos al precipicio. Una actitud muy alejada de la que debe tener un buen estadista y por lo que la Historia como a todos los gobernantes del mundo, le juzgará.
Ocupado en salvar el día a día y en sacar pecho alardeando de una gestión impecable; proclamando sin ningún pudor que saldremos victoriosos de ésta cuando a día de hoy, llevamos diecinueve mil compatriotas muertos; sin hacer la mínima autocrítica ante los ciudadanos pero preocupándose de encargar a Tezanos, encuestas con preguntas de respuesta inducida; inmerso en una patética huída hacia adelante, quizás todavía no es plenamente consciente de que España se encuentra sumida en una tragedia de dimensiones sin precedentes desde la guerra civil. Sólo de ésta manera se pueden entender determinados comportamientos suyos como que aún no haya decretado el Luto Nacional ni que en sus comparecencias públicas como Presidente del Gobierno que es, aparezca con corbata negra en señal de respeto a los fallecidos que diariamente, siguen contándose por cientos.
Desde los medios de comunicación nos bombardean de la mañana a la noche con comparecencias y cifras mareantes de contagiados, fallecidos y recuperados que por otro lado y como se va sabiendo, nada tienen que ver con la realidad; con nuevas medidas tomadas atropelladamente que al día siguiente, ante el desconcierto de la población tienen que matizar o anular; con previsiones de futuro imposibles de creer viniendo de un gobierno que no sabe gestionar el presente; con machacones mensajes y divertidas sugerencias para sobrellevar el encierro, todo con la maquiavélica intención de no dejarnos ni un minuto libre, no sea que nos dé por pensar y empecemos a exigir responsabilidades. Hay que tener al pueblo entretenido. Lo que no se habla, no existe.
Entiendo y comparto que hay que aplaudir a rabiar a los sanitarios y demás colectivos que siguen trabajando para que tengamos garantizados los servicios mínimos, pero no entiendo a las personas que, inducidos por sibilinas consignas, convierten sus ventanas y balcones en ruidosas discotecas cantando, bailando y dando saltos de alegría mientras entonan el “Resistiré” y otros himnos más o menos festivaleros como si estuvieran celebrando algo. Yo no puedo. Me duelen demasiado los cerca de veinte mil fallecidos que no han resistido. Si algo nos caracteriza como seres humanos es la capacidad para empatizar con el dolor ajeno. Detrás de cada fallecido hay un ser humano y una familia destrozada de dolor que no ha podido despedirse ni enterrar como es debido a su ser querido. Muchas de ellas, no hubieran muerto de haber recibido a tiempo el tratamiento adecuado. Son tantas, que seguramente ya será difícil encontrar un barrio, una calle, un bloque de viviendas donde no haya una familia sufriendo por la pérdida de un familiar. No es tiempo de convertir los balcones en una verbena con fuegos artificiales, no entiendo a cuento de qué viene semejante jolgorio. Tampoco se trata de estar metidos en casa con las persianas bajadas y sollozando, espero que no se me malinterprete, pero hay mil maneras de llenar el tiempo libre y de dar gracias por estar vivos; es necesario sí, abrir de par en par las ventanas para que entre el aire, la luz y el sol y cargarnos de energía positiva en la esperanza de que ésta pesadilla acabe pronto; son momentos para conocernos mejor a nosotros mismos y a los demás, de recuperar la entrañable costumbre de hablarnos de ventana a ventana, de jugar con nuestros niños, de leer, de escuchar música de la que enriquece, serena y sana el espíritu , pero no de festejos.
Todavía tendremos que ver y escuchar cosas que nos helarán la sangre. Nos queda un camino por recorrer hasta que el Coronavirus y sus secuelas salgan de nuestras vidas. Aprovechemos este tiempo de encierro para reflexionar y no dejarnos arrastrar ni intoxicar por las filias y fobias de los políticos y sobre todo, no permitamos que ninguna ideología, sea del signo que sea, nos arrebate el sagrado derecho de pensar y decidir por nosotros mismos.