Por JOSÉ LUIS BALBÍN

A mi perplejidad a la hora de votar no le faltan motivos

 

Muy a menudo me pregunto –porque me preocupa, claro- si pertenezco al pelotón de los “de qué se habla, que me pongo”, o si mis frecuentes reticencias ante ciertos comportamientos de algunos personajes públicos se deben a razones menos bastas y mejor motivadas. Creo felizmente encontrarme en éste último pelotón, y lo creo así porque, en primer lugar, tiendo a creer más en los buenos propósitos de casi todo el mundo,  que  en las malas intenciones; en segundo lugar porque no atribuyo las acciones reprobables a la maldad, sino simplemente, como André Malraux, a la condición humana.

Malo, malo….. es difícil serlo. Más bien creo que la maldad es una enfermedad mental y que como tal debería tratarse.

EN LA DEBILIDAD de la  “condición humana” si que creo. No sé porque, por ejemplo, abunda tanto sectario, cuando en cambio, personalmente, me cuesta tanto salir del relativismo. De la misma manera que el refrán dice que el infierno está empedrado de buenas intenciones, a veces el simple sectarismo produce efectos que parecen de origen malintencionados.

POR ESO ME CUESTA tanto esfuerzo identificarme sectariamente –en el segundo sentido de la acepción de la Real Academia: fanático, intransigente- con un “club” ya sea   Real Madrid o Barcelona, Partido Popular o  Partido Socialista, Ciudadanos o Podemos, ecologistas o industrialistas, fumadores o no fumadores, feministas radicales y antifeministas militantes…….

No es que uno no tenga opinión o  “pase” de tenerla, sino que depende del extremismo, de la radicalización, del momento y del para qué; es decir, del según…. Lo que siempre me sorprende, pero ocurre -¡y vaya si ocurre!- es lo de  “si mi amigo ha matado a una vieja, algo habrá hecho la vieja”.

NO POR FRECUENTE es menos asombroso asistir cada día a comentarios de medios de comunicación y periodistas que se dicen independientes y creen serlo –lo son a su manera-, perfectamente previsibles. Entre otros motivos, porque se hable de lo que se hable y escríbase de los que se escriba, los “suyos”, los de cada cual, siempre lo hacen bien y los otros mal. Casualmente. A mí me ocurre lo contrario.

Lo que más me decepciona es que “los míos” lo hagan mal y los otros, mejor. Con simpatías y antipatías previas, por supuesto, pero no sólo sin empecinamiento, sino deseando que el resultado, beneficie a quien beneficie, sea por lo menos razonable. Si es a los “míos”, perfecto, si no, lo lamento pero me alegro también.

ASÍ ME HE VISTO  votando siglas tan diferentes: de Adolfo Suárez, el mejor presidente de la  democracia, no pude estar a favor de éste Estado de las cacofónicas autonomías, del café para todos y, posteriormente, de la ley electoral que tantos males  –junto con la financiación de los partidos políticos-, ha traído; pero sí de su valor para intentar de verdad la transición. De Calvo Sotelo, valoré su coherencia, con la que yo no coincidía, por supuesto. De Felipe González, su disposición  a hacer el verdadero cambio, pero no que sacrificase los medios a los fines con la consiguiente tremenda corrupción: nunca hay buenos fines con medios torticeros.

DE SUS EFÍMEROS sucesores, un intento de democratización interna que se frustró, parece ser que sin mayores lamentos. De Aznar, su capacidad para poner orden y estabilidad…, hasta que hizo caer a su partido en el desmadre “bushisto-belicista-imperialista”. De Rodríguez Zapatero, lo bien que sonaban sus promesas iniciales, que no sólo nunca cumplió, sino que parecen haber respondido al “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. De Rajoy un talento en general muy por encima de la media política, bien que desdibujado por su impotencia –me gustaría saber la verdadera causa- para condenar la política final de su antecesor. Lo de Sánchez está por ver. Tiene por delante serios retos a los que hacer frente y cuatro años para llevar a cabo sus promesas electorales. Como se ve, a mi perplejidad en los momentos de votar no le faltan motivos. No estoy resignado.