Por Pepe Monteserín.

Cronista oficial de Pravia.

Dice el Génesis que Yahvéh-Dios hizo un jardín en Edén, y lo ubica en el oriente (dato válido sólo cuando la Tierra era plana; ni siquiera). Añade el Génesis que Yahvéh-Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles gratos a la vista y de frutos sabrosos. Tal parece que ya entra Pravia a colación. Y dice que regaban el Edén cuatro ríos: Pisón, Tigris, Guijón y Éufrates, que, a poco que escarbásemos en las etimologías, bien pudieran ser el Nalón, el arroyo de Fuente Caliente, que desemboca en Forcinas, el Aranguín y el Narcea, que desemboca en Ambas Mestas, es decir, “entre ríos”, o sea, en Mesopotamia. Más claro, el agua de la Fontana.

Asegura el Eclesiástico que en Edén hay ónice y jaspe y que el río se convirtió en mar; rastros minerales y fósiles localizables en las escaleras de la Estación, en los peldaños del atrio de la Colegiata y en las entrañas del Cueto; todavía hoy, el mar de San Esteban de Pravia remonta el río dos veces al día hasta el Campón, donde llegan las sirenas. Nos relata el Cantar de los Cantares que en Edén hay huertos con frutos exquisitos (entramos a saco en el Festival de la Huerta praviana), y nombra también la alheña, los nardos, el azafrán, el cinamomo, bálsamos en abundancia, árboles de incienso y hasta canela. Para que nos entendamos: aligustre y valeriana de Sandamías, resinas de Recuevo, nardos célticos de Lin de Cubel, azafrán, que se cultivó en la Garonda, entre las calles Garonda y Reina Adosinda; esencias del Camino de los Rosales, junto al antiguo paso a nivel que guardaba Manuela’l Puente; incienso, que abundaba en las misas solemnes de don Manuel Méndez; ungüentos de la farmacia de Marcos, y canela en rama, de Casa Pire Ultramarinos.

José Antonio Martínez, que en paz descanse, en una exégesis rápida de la Biblia, me decía que el Paraíso estuvo en Pravia. Hay quien sostiene que el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal estuvo plantado en una pomarada de Enrique, el de Corias, y que la fruta que mordisqueó Eva y le dio a mordisquear al su hombre, todavía muy tierno, era  una manzana de mingán. Es más, averigüé que el barro con el que Dios hizo a Adán, lo sacó de la Barrera, detrás del Truchero, en Peñaullán, que incluso en los veranos más secos estaba a punto para moldear.

En nuestro escudo de armas, es lógico, no figura la paloma de la paz, símbolo del alma en el arte visigodo y románico, que representa también a la tercera persona de la Trinidad; el Espíritu Santo, en forma de paloma, fue omnipresente en mi infancia, arrullando el amanecer y cagando los dinteles de mi ventana, en la calle del Príncipe, 12, 3º. No, no comparece la paloma en nuestro blasón, sino el cuervo, ave ligada a las ideas de principio, a la noche materna y a la tierra fecundante; por su carácter aéreo asociado al cielo, al poder creador y demiúrgico; de poderes místicos con instinto especial para predecir el futuro. Seis cuervos sobre campo de plata conforman nuestro emblema; seis cuervos seis, el número que representa la unión de dos triángulos, símbolo del alma y de los seis días de la Creación. Dios creó Pravia y el séptimo día descansó.

www.praviaturismo.es