Por JOSÉ LUIS BALBÍN

      “¿Qué no todos los ciudadanos somos iguales? Ya lo sabíamos. Sólo faltaba que, además de saberlo, lo asumiéramos. Hasta ahí podíamos llegar. Es lo que ahora, además, pretenden.

 

De los privilegios de algunos ante la justicia, ya teníamos numerosas muestras: que las denuncias de los agentes de la ley se conviertan en pruebas, que las decisiones hacendísticas sirvan para quedarse con nuestros haberes antes de cualquier confirmación judicial, que quienes dicen representarnos hagan lo que les pete en relación con sus ingresos y también lo mismo con los nuestros, que los abogados de cualquier reo o de cualquier sospechoso – reo digo, o sospechoso, según para quién- puedan ser tratados como encubridores  ó cómplices, chantajeándoles para dificultar el cumplimiento de su función…. Si a todo eso añadimos el corporativismo descarado de políticos, jueces, policías, médicos, periodistas y tantos y tantos profesionales, estamos ante una sociedad cada día más indefensa. El corporativismo es, por por otra parte, aceptable y deseable en sus adecuados límites. Lo peor es que se suele desencadenar a favor precisamente de los que no deberían ser protegidos por sus colegas. Lo deseable sería que los profesionales fuesen los primeros en prescindir de sus ovejas negras. Sería, pero no suele ser así.

Para tratar de contrarrestar –inútilmente por cierto- sospechas de tendencias sectarias, a menudo tengo que recurrir a la democracia de Estados Unidos, ejemplar en su escueta y suficiente Constitución, así como en sus autores, aunque su ejemplaridad no haya sido precisamente una constante a lo largo de todos los tiempos… que tampoco son tan extensos. Pues bien: un Presidente, nada menos que todo un Presidente que se decía por encima de toda sospecha, no sólo fue destituido por sus conciudadanos, sino que se libró por lo pelos de no acabar en la cárcel gracias a un arreglo tampoco muy ejemplar con su sucesor. Y las comisiones senatoriales de investigación son en principio presididas por un miembro de la minoría, no al revés. Pero no parece que nadie  -ni siquiera en Estados Unidos-, escarmiente en cabeza ajena.

No. No hay  -mejor dicho, no debe haber- ciudadanos por encima de la Ley. Ninguno de los ciudadanos normales creen que haya otros por encima de toda sospecha. Y a la vista de lo que está pasando, menos todavía. Ni políticos, ni policías, ni fontaneros, ni… ni jueces, a juzgar por los escandalosos comportamientos de alguno de los suyos.  Hasta aquí hemos llegado.