Por  José Luis Balbín.

 

“Antes negaban hipócritamente cualquier fechoría; ahora llegan a presumir de haberla realizado. Ellos han sabido siempre porqué pueden permitirse ciertos lujos”.

 

      En la película “Excelentísimos cadáveres” de Francesco Rossi, cuando el eficaz policía honrado que interpreta Lino Ventura, acude a denunciar a toda una banda de políticos y jueces, criminales que preparan una trama contra el Estado, sin saber que el jefe de la conspiración es precisamente el personaje a quien presenta la denuncia, en éste caso, el presidente del Tribunal Supremo  -un magnífico Max von Sidow-,   éste dice algo así como:  “¿Es usted católico? . Pues si lo es, sabrá que cuando en la misa el sacerdote levanta ritualmente el cáliz con vino, éste se convierte en la sangre de Cristo. No importa si el sacerdote está o no en pecado, es sacrílego o no: el vino se convierte en la sangre de Cristo. Pues bien: cuando un juez dicta sentencia con el procedimiento ritual adecuado, se hace justicia. No importa que sepa que su sentencia no es correcta: “a posteriori” puede ser anulada en un procedimiento igualmente ritual; pero lo cierto es que cada vez que un tribunal dicta sentencia, queda hecha la Justicia”.

Hace ya décadas que los españoles nos movemos en un sistema democrático por el que andamos de puntillas, sin atrevernos a denunciar a sus más escandalosos consagradores sacrílegos, no vaya a ser que volvamos a un todavía peor. Los prevaricadores abusan de su poderosa desfachatez y de nuestros miedos, y hasta nos acusan de antidemócratas encubiertos o de marginales incontrolables, a la menor queja que presentemos. Más aún: con frecuencia denuncian la paja en el ojo ajeno, para que el denunciado no se atreva a señalar la viga con que ellos aplastan al resto de los ciudadanos.

Las cárceles están llenas de “choricillos” esperando, a veces  ilegalmente,  un juicio que nunca llega. Mientras tanto, quienes dirigen enormes choricerías, se pasean libremente. Si acaso, se dan una vuelta rápida tras la rejas, para reclamar mejoras en sus celdas de paso, y sin que tengan que devolver a la sociedad lo que deben.

Ante tanta impunidad, se han ido creciendo. Antes  negaban hipócritamente cualquier fechoría; ahora llegan a presumir de haberla realizado y desafían a quien ose decir que ciertas cosas no deben hacerse. Ellos han sabido siempre por qué pueden permitirse tales lujos y nosotros hemos ido sabiéndolo poco a poco, muy a nuestro pesar. Incluso cuando parecen haber perdido tanta impunidad, no es así. La mantienen, porque el sindicato de intereses compartidos (“te cambio este cromo por el otro”) funciona a la perfección.

Lo que llevamos viendo en los últimos años, la actitud de los reos excelentísimos en los tribunales, la de los jueces que les juzgan, los insultos innecesarios en algunas comisiones de investigación mientras se eluden preguntas que dañan también a los interrogadores, el exigir a los otros un tipo de justicia que uno no quiere para sí, a sabiendas de que se le devolverá la misma moneda, y aquí paz y después gloria….

Los Max von Sidow  de película están proliferando como las setas, ante la mirada atónita, impotente y, sobre todo, triste de los ciudadanos. ¡Qué espectáculo! ¡Vaya circo sin payasos por lo menos graciosos!. Yo me voy con Mafalda. Que paren el mundo, que nos bajamos.