Por JOSÉ RAMÓN OBESO.
Vicerrector de Investigación.
Universidad de Oviedo.

Hoy lamentamos profundamente la pérdida de una figura emblemática para la ciencia, que además hizo visible a la mujer en el mundo científico. La bióloga molecular Margarita Salas ha sido un referente en la ciencia en España y en Europa, gracias al impulso que imprimió al desarrollo de la Bioquímica que la convirtió probablemente en la científica española más destacada del siglo XX.

Entre los muchos logros de su carrera, suele destacarse, por su relevancia, el descubrimiento de la ADN polimerasa del virus bacteriófago phi29, que tiene una aplicación crucial en biotecnología: permite amplificar el ADN de manera relativamente sencilla, rápida y muy fiable. Descubrió que el virus phi29 tenía una enzima, la phi29 ADN polimerasa, que ensamblaba moléculas de ADN mucho más rápido y con mucha más precisión que las anteriormente conocidas. Salas aisló la enzima y demostró que funcionaba en las células humanas, marcando el comienzo de aplicaciones innovadoras para las pruebas de ADN. Esta técnica permite a los oncólogos ampliar pequeñas poblaciones de células que podrían dar lugar a tumores, aunque también se usa en medicina forense,  arqueología, y todas aquellas otras áreas que disponen de muestras con muy poca cantidad de ADN. Estas tecnología ha sido además la patente más rentable del CSIC.

Trabajadora infatigable, falleció a los 80 años sin jubilarse de su actividad investigadora, ha sido un ejemplo y una guía a seguir para  generaciones de científicas y científicos con su esfuerzo, su dedicación al trabajo y su pasión por la ciencia.

Salas se doctoró en bioquímica en 1963 por la Universidad Complutense de Madrid y realizó grandes descubrimientos junto a su marido, el bioquímico Eladio Viñuela. Posteriormente, realizó una estancia post-doctoral de tres años en la Universidad de Nueva York con el Premio Nobel de bioquímica Severo Ochoa y a su regreso a España fue pionera al fundar, en el CSIC, el primer grupo de investigación en genética molecular del país en 1967. Para demostrar independencia respecto a su marido, centraron sus áreas de investigación en ámbitos diferentes. Si en la actualidad no es fácil ser científica en España (además de las dificultades para obtener financiación se enfrentan a la brecha de género) podemos imaginarnos las dificultades con las que se encontraría Salas hace ya más de medio siglo, cuando algunos científicos aún ponían en duda la capacidad de las mujeres para hacer ciencia.

Siempre será recordada por su ferviente apoyo al desarrollo de ciencia básica y por su dedicación a la formación de científicos y científicas así como por el impulso que imprimió al Centro de Biología Molecular «Severo Ochoa» (Centro mixto del CSIC y la UAM), del cual ha sido Directora muchos años.

En reconocimiento a su labor recibió numerosos premios, el último de ellos el pasado junio en Viena el Premio Inventor Europeo concedido por la Oficina Europea de Patentes y Marcas. No merece la pena enumerarlos, pero sí destacar uno que se le resistió a pesar de ser candidata en dos ocasiones y de que méritos no le faltaban: el premio Príncipe (entonces), Princesa (ahora) de Asturias. No se entiende bien cómo una de las asturianas más ilustres no ha recibido tan preciado galardón, que parece resistirse también a alguno de sus discípulos, que bien lo merece.

Vaya desde aquí nuestro recuerdo emocionado y entrañable a esta apasionada luchadora por la ciencia, que no entendía la vida sin el trabajo, sin la ciencia y el descubrimiento.