Por JOSÉ LUIS BALBÍN.

“A ver si hay suerte y, devorándose entre sí, acaban dejándonos la pantalla, la radio o prensa libres”.

Esto del baboseo famoso hace tiempo que ha llegado al punto de saturación y hay quien piensa que también ha sobrepasado el de no retorno. No hay quien lo aguante. Entre descubridores, conquistadores, contaminadores y contagiados, son muchos los que desisten y se rajan. Tampoco hay quien les pare. Tienen la sartén por el mango, y el mango también. El mango, sí, porque uno le da, erre que erre, al mando a distancia o a la revista supuestamente alternativa, y el resultado siempre es el mismo.

Hubo un tiempo en que los famosos saltaban a las portadas de las revistas o a las pantallas caseras por haber hecho algo. Mencionable o no, según los casos. Pero eran personas que habían hecho simplemente algo. Eran cantantes que cantaban, toreros que toreaban, deportistas que batían récords.

Ahora, no. Hasta los más horteras de los famosos que hacen cosas se han hartado de estar en el “candelabro”. Se cabrean a menudo o se han subido a la parra en la petición de contraprestaciones por dejarse exhibir. Los facedores de famas porque “eso” vendía tuvieron que empezar a sustituirlos por sucedáneos más o menos justificados: que si hijos, legítimos o no; que si cuñados, novios, primos o amantes. Generalmente gentes que no habían hecho nada, salvo eso: tener algún gramo de parentesco o cercanía con el ya famoso, el de referencia.

También a éstos les dio por volverse exigentes, y todo era poco para alimentar al tigre. En su progresivo descenso a los infiernos, los verduleros de guardia empezaron a tirar de “ningunos” de tercera generación, de quienes había que contar –verdadero o falso- que se habían acostado, puesto los cuernos, robado o simplemente saludado a alguno de los allegados –de lejos o de cerca- de los parientes, amigos o enemigos de famosos prefabricados. Y así, ad infinitum. Claro que, como a menor justificación del famoseo, menor justificación de su vigencia, los personajes se les queman a sus inventores cada día a mayor velocidad.

Quizá por esa razón, pero sobre todo por un mal disimulado deseo de ser también conocidos, los verduleros de guardia han pasado a hablar de lo famosos  que son ellos mismos. ¿Qué digo famosos? Famosísimos. De hecho, hay firmas de las revistas del corazón, del periodismo escandaloso, de la pantalla casera y de la radio deleznable que se dedican a cotillear, a criticar a los famosos que ellos mismos inventaron, aunque no acaben de conseguir devorarse a sí mismos. La culpa no es de ellos, por supuesto, sino de otros periodistas supuestamente serios que los contratan y fingen criticarlos al mismo tiempo que utilizan su capacidad comercial. A ver si hay suerte y, devorándose entre sí, acaban dejándonos la pantalla, la radio o prensa libres, para enterarnos de lo que hacen otro tipo de famosos… o no famosos.