Por JOSÉ LUIS BALBÍN.

Había regresado de una densa trayectoria periodística por el mundo mundial, al servicio de la prensa escrita –La Nueva España” de Oviedo o “Pueblo” de Madrid”, “Radio Nacional” y “Televisión Española”. Estaba haciendo los famosos “pasillos” en Prado del Rey y recibiendo las habituales ofertas incongruentes de la dirección, cuando por fin se me ofreció la oportunidad de hacer un programa en Televisión Española, siempre que fuera en la aún con escasa cobertura, sin color y frente a las conocidas emisiones de la primera. Con el solo apoyo de Miguel Angel Toledano, uno de los directivos, ofrecí entre otros muchos sí un largo coloquio con cine, que todos consideraron condenado al fracaso.

Para prepararlo, nos reunimos en “Las Bridas”, nuestro lugar habitual de “tertulia”, Javier Vázquez, Rafael Benedicto, mi compañera de curso Rosalía González de Haro –esposa de otro compañero, Manuel Martín Ferrand- y alguno más en relación directa o indirecta con el periodismo. De hecho, aunque los equipos que realizaron  La Clave fueron cambiando ligeramente su composición a tenor de sus forzadas desapariciones y reposiciones, éstos  siempre contaron con un equipo humano sustancial.

En la fidelidad personal y la neutralidad política de Rosalía y Javier Vázquez siempre podía confiar, al margen de sus ideas. Era el estilo que yo deseaba para un programa aprobado con Franco todavía vivo y puesto en pantalla inmediatamente después de muerto. Conseguí rodearme también de brillantes intelectuales, hubieran trabajado o no antes en televisión: Daniel Sueiro, de quien yo había admirado alguno de sus brillantes cuentos de mi época de la Universidad; Luis de Castresana, que sería premio nacional de literatura y uno de mis maestros en su época de corresponsal del diario “Pueblo”; el políglota, polifacético e inaprensible Felipe Mellizo; el exagerado de Prensa en Bonn Pedro Vázquez,  que llenaba otros aspectos culturales de lo que La Clave necesitaba. Todos ellos además respaldados por otros tres políglotas rápidos y eficaces en la gestión de posibles invitados al programa, tanto de los niveles más altos como de las geografías más variadas y contradictorias. Además de Carlos Pumares como asesor y gestor de cine y el documentadísimo director de la Semana de Cine de Barcelona José María Otero,  Ladislao de Arriba y  Marco Antonio Acevedo  que atendían todo lo que tenía que ver con prensa, relaciones públicas y archivo.

Poco tiempo después de comenzar La Clave se incorporó al equipo José Luís Merino quien jugaría un papel fundamental en el programa como documentalista primero y como redactor jefe después en sustitución de Javier Vázquez.

No fuimos exigentes en los salarios ni en el aparato técnico, que dejamos en manos de Televisión Española, aunque sí lo fuimos en la creación de tres cabinas de traducción consecutiva, que a nuestros jefes les parecían innecesarias y que hoy todavía existen en Prado del Rey. Nos parecían fundamentales para mantener conversaciones fluidas en los diferentes idiomas, a alto nivel. Hasta entonces sólo se realizaban las entrevistas entre entrevistador y entrevistado, supiera o no el correspondiente idioma. A lo más, con la intermediación nada espontánea de algún colaborador. Desde los primeros momentos recurrimos a intérpretes excelentes hoy muy conocidos y ya entonces relacionados con las Naciones Unidas y otros organismos internacionales.

Celebrábamos dos reuniones conjuntas por semana. En la primera, discutíamos sobre el próximo tema a tratar y los posibles invitados (con un número amplio, prevenir probables rechazos, aunque manteniendo la formación de origen y la disparidad de criterios posibles); en la segunda, el resultado de las gestiones ya realizadas y el tercer programa para quince días más tarde, puesto que la emisión era semanal y necesitábamos una gran celeridad en la gestión, lográramos o no nuestros objetivos ideales. Nunca los sacrificamos a los proyectos de programación.  Era fundamental no aceptar las condiciones que algunos invitados, editoriales u organismos exigían, porque estaríamos en manos ajenas y sería el cuento de nunca acabar. Así, nos quedamos sin unos cuantos personajes (pocos), aunque nos lo compensaban sobradamente las peticiones crecientes que el prestigio del programa desencadenó por suerte. Era más importante rechazar las “recomendaciones” que desequilibrar el nivel y la neutralidad del programa.

JoseLuisBalbín con el hijo de Emiliano Zapata

José Luis Balbín con el hijo de Emiliano Zapata.

El caso es que, con aviesa intención o por casualidad, de aquellos primeros trece programas, nos prohibieron el último, que nunca salió… entonces. Creo que se titulaba algo así como “Terratenientes”, y tuvimos que esperar a una siguiente reanudación de La Clave, siendo nuevo director general Rafael Ansón. Conviene subrayar que, en todas las etapas, aparece algún jefe que dice “nosotros no censuramos, ahora puedes hacerlo”. Hasta que nuevamente “no se puede”, o se eliminan directamente a los responsables del programa en cuestión: muerto el perro, se acabó la rabia. Y, sin embargo, también debo subrayar que cuando se esquivaba la censura inicial sobre cualquier tema (a veces, sólo la limitaban a algún invitado) no se producía ningún escándalo, por lo que he concluido

que la censura siempre tiene mucho más que ver con los caprichos de los responsables o los subalternos que con las ideologías. O sea, claramente autocensura.

De todas maneras, desaparecido Arias Navarro, Adolfo Suárez quiso demostrar y demostró, que el marco político era otro. La libertad expresiva fue otra. Pudimos abordar casi todos los temas, sin censura. Si acaso, me convertí en mi propio censor, no   por razones ideológicas, sino jurídicas. No necesité consultar ningún tema, excepto los de terrorismo para debate completo, puesto que lógicamente la presencia de participantes buscados por terrorismo era asunto del Código Penal. Hubiera sido imposible, por ejemplo, presentar en pantalla, en vivo y en directo, a cualquier invitado reclamado y perseguido.

Con aquellas nuevas perspectivas, el éxito de La Clave fue arrollador. La suma de espectadores crecía de semana en semana, y el nivel del prestigio de los invitados, también.

Comenzamos con un “Revival”.  Fuimos pioneros con Juan Oró, entonces jefe del departamento de Biología de la NASA, o con el extraordinario José Luis Sampedro, ya celebrado como catedrático de universidad y hoy aún más admirado como escritor. Y la espectacular reina británica de las brujas, que produjo un aluvión incesante de llamadas de los espectadores, que querían saber cómo podían hacerse de “su cofradía”. Tanto, que tuvimos que invitarla en un par de nuevas ocasiones. Fueron los primeros indicios para constatar el éxito de los programas de cotilleo o morbosos, que hemos rehuido frecuentemente. También en “Cómo se fabrica una estrella” Paloma Mata y Patricia Neal, superviviente durante largo tiempo de un cáncer que suponían terminal.

Y en “Venir al mundo”, el pediatra mexicano Jaime Marcovitch, conocido por su campaña contra el maltrato a los niños. Y Adriano Trimboli, experto en energía solar, y Juan-Hui, profesor de la Universidad de Tokio y -quién lo podía prever entonces- experto en contaminación. Y en “La empresa de informar”, Manuel Martín Ferrand

(director de tantos periódicos, programas de radio y televisión, amén de fundador de “Antena 3” de radio y de televisión), el ameno historiador Indro Montanelli (en aquel momento director de “Il giornale de Milano”, “Philip  Foisie” (director internacional del “Washington Post”, el hábil muñidor de buena parte de la transición  José Mario Armero (Presidente de “Europa Press”), Alfonso Calviño (Director de “La Nueva España”. de Oviedo), el radiofónico antiguo corresponsal en Alemania y director de “Diario Regional” Pedro Muñoz; Juan Tomás de Salas, Presidente de “Impulsa” y Sebastián Auger, presidente del Consejo de Administración del grupo “Mundo”.

Surgió, entre otros, un problema con el programa ilustrado por la película de Carlos Saura protagonizada por Francisco Rabal, y que íbamos a titular a “¿Bandidos generosos?”, así, entre interrogaciones, para recordar que algunos personajes han sido tratados distintamente, según la época y la coyuntura política, a veces como bandidos, a veces como héroes. Casos, por ejemplo, de Irlanda del Norte, de Cuba, de Italia, de México… Invitamos, entre otros, a algún miembro de la llamada revolución mexicana. Nos costó dios y ayuda contar con un protagonista de aquella época por la oposición del gobierno mexicano que consideraba una ofensa el título del programa. ¿Cómo se podía titular bajo tal epígrafe a personas que eran consideradas “heroicas” en México? Nuestra confusión fue mayor cuando nos encontramos con que, de los llamados héroes entonces, el régimen actual mantenía la leyenda general, pero no los datos concretos. Ante tal postura, que pasó a reclamatoria ante el gobierno español por parte del mexicano, nos entercamos como de costumbre en contar con todas los testigos posibles. Nos costó un esfuerzo tremendo contar con un representante de la época de la revolución. Por fin, un enviado de La Clave dio con Mateo Emiliano Zapata, el primogénito de los que había tenido el legendario Emiliano, contradicción que se repetiría en otras ocasiones a lo largo de la historia de La Clave.

Mateo Emiliano se quejó durante la emisión del desamparo en que habían quedado los descendientes de la revolución. Su gobierno actual se opuso a proporcionar ningún dato contemporáneo, hasta el punto de probar que ni siquiera figuraban los de su inscripción personal, ni ninguna de la familia. Tuvimos que conseguirla nosotros. Fue una interesante emisión. A partir de entonces, las gentes del pueblo de Mateo Emiliano me enviaban todos los años una cinta con canciones rancheras grabadas por ellos.

Algo conseguimos al poner una primera pica en Flandes programando “La pena de muerte”, que poco después sería abolida. Y así tantas y tantas anécdotas de aquella época apasionante que me tocó vivir en el ejercicio de mi profesión.