Por JOSÉ LUIS BALBÍN. 

Recién llegado de mi relativo retiro vacacional en Asturias, compruebo que el panorama político sigue enconado en lo mismo de siempre. Ni siquiera las durísimas y en algunos casos extremas situaciones que se están viviendo en nuestro país les hacen recapacitar y aunar fuerzas para salir de esta de la mejor manera posible.

Más bien al contrario, se entretienen lanzándose mutuamente a la cara epítetos supuestamente ofensivos: conservador, liberal, progre; o más pretendidamente agresivos: rojo, facha…. Y más duros si caben, que caben, por supuesto. Aparte de la situación de los miembros del cuerpo, de las personas, de los objetos, de los lugares geográficos, etc., lo de “izquierdas” y “derechas” es confuso, viene de lejos y evoluciona con los tiempos. No sólo hay que relacionar con la Revolución Francesa tales conceptos -según que grupos se sentaban a la derecha o a la izquierda del Presidente de la Asamblea- sino con todos los colectivos políticos, según se considerasen más o menos afines a la tradición democrática. Eso, desde la aparición de ideas como la república o de las muy variadas lecturas de los diversos socialismos.

La aplicación de la atribución correspondiente ha sido en ocasiones contradictoria, corriéndose paradójicamente los de derechas hacia una cierta izquierda y viceversa, sin ser conscientes de ello los propios protagonistas. De hecho, históricamente hay cuatro momentos clarísimos de izquierdas y bastantes más no tan claros.

Estamos en el siglo, aunque ya lo arrastramos del pasado, de las calificaciones contundentes que, paradójicamente a menudo, no se corresponden con la realidad. Lo de “fachas” y “rojos” es muy frecuente en nuestros tiempos, pero no está claro si quedan verdaderos rojos, salvo los rojísimos, que tampoco. A la vista de ciertos programas políticos y de llamativas situaciones personales, hay que ser muy sectario o adivino para saber si es cierto lo que algunos piensan de sí mismos y de sus adversarios. Si a eso añadimos que casi todos se predican convergentemente “de centro” o se califican de “reformistas”, lo que vale para todos, la confusión llega a ser graciosa por definirlo de alguna manera. Lástima que tantas personas hayan sufrido y dado sus vidas adentrándose en tamaño galimatías. Mejor hubieran hecho discutiéndolas sólo dialécticamente.

No hay que tomar a broma la evolución de las diferentes ideologías. Tanta tragedia vivida a lo largo de la Historia no conviene caricaturizarla, pero ahora sí, en parte. Muchos de los sectarios lo son en función de sus conveniencias particulares. Hoy es fácil encontrar a protagonistas de la política, verdaderos reformistas o progresistas, calificados hasta de fachas por sus adversarios y a auténticamente conservadores que se dicen progresistas. Todos podemos ponerles nombres propios.