FERNANDO CASTEDO

Abogado del Estado y ex Director General del Ente Público RTVE.

Conocí a José Luis Balbín Meana en el metro de Madrid. Ambos coincidimos en el mismo vagón que nos llevaba a la estación de La Moncloa, donde nos apeábamos para subir al tranvía que nos llevaba a la Facultad de Derecho (el famoso “pepe” para muchas generaciones de estudiantes universitarios madrileños), en la que éramos alumnos del Primer Curso. Y así un día tras otro, por no sé que gracia del destino que nos hizo coincidir en un determinado vagón y en el mismo viaje durante todo el curso. En los múltiples viajes, de metro y tranvía, que hicimos juntos, charlábamos de casi todo: de los catedráticos, del curso, de política, de nuestras aficiones y propósitos futuros, etc. Supe así que su auténtica vocación era el periodismo, en cuya Escuela Oficial también estudiaba, destacando desde el primer momento como el brillantísimo periodista que ha llegado a ser.

Es lo cierto que, de esa manera tan simple, entre nosotros surgió una sólida y sincera amistad -entendiendo esta palabra por lo que realmente significa-, que el tiempo no hizo más que enraizar, a pesar de que José Luis tuvo que dejar Derecho en el Segundo Curso de la carrera, por ser destinado como corresponsal del diario “Pueblo” a Alemania. Ni la distancia física que nos separaba, José Luis en Alemania y yo en Madrid, ni los avatares de la vida joven de cada uno de nosotros, pudo hacer mella en esa amistad profunda que nos ha unido, y sigue uniéndonos, estrechamente.

Tengo que confesar que, desde el principio de nuestra relación, siempre he sentido gran admiración por José Luis. Era un placer escuchar, ya en nuestra bisoñez, sus explicaciones sobre las cosas, lo clarificador de sus puntos de vista, la precisión de sus criterios y la seguridad e independencia ideológica que transmitía en todo lo que decía. Tengo también que reconocer que mucho de todo ello me ha servido para madurar mis ideas y para mi actitud personal en la vida, a modo de referente orientador; lo que nunca le podré agradecer bastante. Es lo que suele pasar cuando uno tiene amigos que “merecen la pena”.

Por eso, cuando José Luis empezó el programa televisivo de “La Clave”, yo procuraba no perderme ninguna de sus emisiones. Me asombraba su habilidad para generar y dirigir los debates, para centrar a los invitados en sus intervenciones, para provocar que salieran en antena los encontrados puntos de vista que sostenían, evitando solapamientos e interrupciones; y todo ello con enorme inteligencia y habilidad, manteniendo en todo momento un pleno respeto al papel estelar de dichos invitados. De este modo -y para José Luis ello era, sin duda, lo más importante- el espectador llegaba sin dificultad a conocer lo que cada uno de los invitados quería decir y, así, a conocer perfectamente los distintos planteamientos de cada uno sobre el tema objeto de debate. La esencia, a mi juicio, del buen periodismo.

Casi nada que ver, por supuesto, con lo que después -y no digamos hoy en día- ofrecen frecuentemente los programas de contertulios en las radios y televisiones, donde el periodista o moderador de turno es la estrella y corta las intervenciones cuando quiere, y dónde los intervinientes -que son normalmente los mismos y parece ser que “saben de todo”- suelen creer, ante la pasividad del moderador, que, chillando más, mayor razón tienen.

Centrada mi vida como Abogado del Estado en la vida del Derecho, aunque también algo en la política, nunca pensé que nuestros caminos nos llevaran a viajar juntos de nuevo. Pero en el año 1981 se aprobó la Ley del Estatuto de RTVE y, con gran sorpresa mía, los dos partidos políticos predominantes, el PSOE de Felipe González y la UCD de Adolfo Suárez, me eligieron conjuntamente para asumir la tarea de poner en marcha las profundas reformas que dicho Estatuto suponía para la radio y la televisión públicas. Se trataba de iniciar una nueva etapa, convirtiendo los medios públicos en independientes y ajenos a los Gobiernos de turno.

Como a cualquier otro en mi lugar, inmediatamente pensé en José Luis para ayudarme en la tarea. Lo aceptó, incluso desempeñando un protagonismo en la gestión, creo que por primera vez en su vida. Asumió así, como Director de Programas Especiales de TVE, la tarea de poner en marcha programas de opinión y debate, con profesionales de diversas ideologías políticas, en un momento tan especial como era entonces en España el de la construcción democrática bajo la Constitución. Ninguno de ellos quedó fuera de sus consignas de independencia, profesionalidad y servicio al común, dando lugar a un periodo del Ente público del que él y yo, y otros muchos colaboradores destacados, podemos legítimamente presumir.

Y también, como no podía ser de otra manera, La Clave -que había sido suspendida unos años antes por “incómoda”- no podía quedar fuera de esa nueva programación. Así, junto a unos cuarenta nuevos programas en los dos canales de la RTVE pública que José Luis puso en marcha, volvió también La Clave bajo su personal dirección. Fue poco tiempo; pero, mientras duró ese periodo, el espacio revivió e incluso revitalizó épocas anteriores, como puede comprobarse en los comentarios de esta sección de la web, abordándose en él los temas más importantes de la actualidad política, económica y social de aquellos ilusionantes años.

La Clave ha sido así una programa mítico y lo sigue siendo para todos los que hemos tenido la suerte de seguirlo. Ni antes, ni al tiempo, ni después las televisiones nos han ofrecido algo parecido. Cuánto hemos aprendido los tele-espectadores con ella. Saber que se puede discutir de todo, y con todo énfasis, pero con el máximo respeto; conocer, de mano de los más destacados expertos en cada materia, la esencia y los matices de los temas que se abordaban; afrontar los asuntos más delicados, política o socialmente, desde los distintos puntos de vista posibles y desde las distintas ideas, gustara ello más o menos al Gobierno que estaba en el poder…

Todo ello es el fruto de la irrepetible figura de José Luis Balbín, cuyo nombre y La Clave, en una simbiosis indestructible, están así en la historia de nuestra televisión.

Pero la vida, en particular la vida política, es injusta, lo que probablemente es innato en ella. Por eso, tuvieron que pasar bastantes años antes de que a José Luis se le reconociera públicamente la trascendencia de su aportación profesional al periodismo televisivo por haber creado La Clave; hubo que esperar al año 2015, para que por fin se le concediera por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, el Premio Nacional de Televisión.

He reconocido que José Luis es mi amigo íntimo. Pero no quiero terminar estas líneas sin advertir al lector que estas palabras no son fruto de la amistad o de la gratitud. Son modestamente expresión del reconocimiento que un ciudadano español quiere hacer del esfuerzo, de la ilusión y también de la coherencia en el trabajo de una persona, José Luis Balbín, que desde el periodismo ha dedicado su vida al servicio del ideal de una España mejor, más conviviente, más madura y dialogante que aquella que nuestra generación heredó. Su vida, que disfrutemos muchos años, ha sido en todo momento una constante dedicatoria a ese supremo ideal. Ojalá nos siga sirviendo de ejemplo.