Artículo aparecido el 19 de Mayo de 2018 en el periódico EL MUNDO,  escrito por Luís María Ansón al conmemorarse los  40 años de la Constitución.

“Desenfundaba su pipa como Gary Cooper su pistola. El tiroteo dialéctico iba a empezar”.

DESENFUNDABA su pipa como Gary Cooper su pistola. El tiroteo dialéctico iba a empezar. Balbín, tras la emisión de una película que planteaba el debate, daba la palabra a gentes de alto nivel, desde Severo Ochoa a Gustavo Bueno, desde Jordi Pujol a Santiago Carrillo, desde Julio Anguita a Blas Piñar, desde Tamames a García- Trevijano. Es decir, como ahora, cuando demasiados mindundis se adueñan de la pantalla para opinar sobre todo sin saber de casi nada, con una verborrea tantas veces insufrible. Fue, por cierto, el gran Trevijano, quien dijo una noche, al entrar en La Clave, la frase que se hizo célebre:  “Son muchos los españoles que esperan impacientes el día en que la viuda de Arzallus acuda al entierro de Pujol”. El nacionalismo regional ya babeaba.

Siento por Balbín agradecimiento personal. Una mañana se incendiaron las cadenas de radio con el presunto secuestro por parte de Eta de Martín Prieto, uno de los nombres más grandes del periodismo español en el último medio siglo. Me correspondió, no sé muy bien porqué, arreglar el asunto y la ayuda de José Luis Balbín fue decisiva. Derrochó sagacidad, sentido común y habilidad, y pudimos encauzar las aguas desbordadas.

Es el inolvidado presentador de La Clave un profesional serio, constructivo y sobresaliente, que encabezó siempre frente al periodismo de la insidia, el periodismo de la seriedad. Demostraba, semana tras semana, ser tan buen periodista que temí que un día se produjera su decadencia y le hicieran ministro. En la primera etapa del programa, salvó la tarascada de alguien que quería imponer a Victoria Prego hasta que, en 1985, después de diez años, el Gobierno González escabechó aquél espacio poliédrico que contribuyó a facilitar la Transición y, sobre todo, a consolidar la libertad de expresión en España. Estaba todavía el programa en pleno éxito, pero la sombra de la OTAN era demasiado alargada.

Regresó Balbín con sus armas periodísticas y sus pertrechos intactos a otro canal, pero aquella segunda parte de La Clave no resultó atractiva y la baja audiencia liquidó definitivamente uno de los espacios audiovisuales más emblemáticos de la historia de la televisión española.