Por JOSÉ LUIS BALBÍN. 

Ya he contado alguna vez que el catalán divertido e inteligente que fue Antonio de Senillosa me dijo en una ocasión: “Amigo Balbín, hay dos problemas irresolubles en política: el de los religiosos exaltados y el de los nacionalistas irreductibles”.

Un personaje relevante con cargo decisorio del gobierno central, me comentó hace largo tiempo: “Los políticos de Madrid siempre parecen muy preocupados por la cuestión del País Vasco. No se dan cuenta de que el problema principal, aunque parezca menos escandaloso, lo tienen en Cataluña”.

Creo que forman amplia mayoría los españoles, catalanes o no, que se sienten al margen de tan cerrada controversia. Los catalanes pertenecen a una región, -de momento autonomía- de gran trayectoria cultural, al que otros muchos españoles han seguido desde siempre. Es una lástima que la rebosante vida cultural de Cataluña haya derivado en la controversia actual, que nadie quiere. Nadie, menos los empecinados de la política contumaz, que tantos disgustos ha traído a los diferentes sectores a lo largo de la historia, de la que los enfrentados deberían haber aprendido un poco.

Es una controversia de siglos, cuyas batallas acabaron siempre igual. La formación de la nación española ha sido tan plural como la de cualquier otra nación, europea o no, y una de las más antiguas. La coincidencia en el desenlace, también similar: sangre, genocidios, tragedias personales y geopolíticas… con escasos resultados por parte de quienes fuerzan el pulso. La verdad es que para quienes no están resueltos al enfrentamiento contumaz en beneficio personal, el galimatías actual es muy difícil de asumir. Es la lucha inclemente a garrotazos que magistralmente inmortalizó Goya.

Ya he contado alguna vez que el catalán divertido e inteligente que fue Antonio de Senillosa me dijo en una ocasión: “Amigo Balbín, hay dos problemas irresolubles en política: el de los religiosos exaltados y el de los nacionalistas irreductibles”.

Estamos pasando ahora por los dos a un tiempo. El de los islámicos exaltados –no todos lo son-, pero que se va extendiendo como un sunami por gran parte del mundo, anegándolo todo, y el de los nacionalistas que florecen como el champiñón no sólo en España, aunque sus intentos acaben resultando inútiles, salvo en aislados puntos geopolíticos que convienen a las grandes naciones. Este parece ser el momento histórico en que las grandes naciones caminan en dirección contraria. Los islámicos y los nacionalistas son los peores adversarios de sus “hermanos separados”.

Es la ocasión de formar por lo menos una Europa verdaderamente unida, lo que todavía está por ver. No es siquiera la que soñaron sus precursores Jean Monnet, Maurice Schumann y sucesivos, como el belga Paul Henry Spaak.

No es poco lo conseguido, aunque se nos tenga por estar en la Europa de los Mercaderes. Queda mucho camino por recorrer en la buena dirección, cuanto menos, antes de iniciar vías divergentes de retroceso.