Por JOSÉ LUIS BALBÍN. 

Hablo con frecuencia con mi amigo Carlos Cano. ¡De aquella manera, claro!.

Durante un largo viaje en coche, por ejemplo, cuando oigo sus canciones, conversamos un rato. Puede parecer un sueño, una pesadilla o un rapto de esquizofrenia, pero no. Este tipo de conversaciones, como de una especie de suave ultratumba, ayudan a “intercambiar” ideas.

Como también en el caso de otros pocos amigos, Carlos y yo pertenecíamos a mundos diferentes, aunque unidos por la misma y diversa sensibilidad musical. El suyo, unido a la capacidad creativa; el mío, sólo a la receptiva. Nada que ver con la identificación ideológica o política. Solamente la humana. A los dos nos interesaba sobre todo, el comportamiento de las personas.

El día que fue hospitalizado por última vez para pocas horas después morir, Carlos había organizado un vuelo a Madrid con el fin de almorzar juntos. Llevábamos tiempo dándole vueltas a la posibilidad de crear un club recreativo-cultural, cuyos socios tuvieran   espacios diferentes para comer, para leer, para asistir a miniconciertos, para ver cine…. Un club para el ocio cultural. Se nos presentaba la posibilidad de adquirir un gran local céntrico para la ocasión; ocasión que jamás llegó. Carlos murió de camino y el proyecto quedó paralizado.

Carlos se merecía el éxito que tuvo. Era no sólo brillante, sino buena persona. No creo que jamás le deseara el mal a nadie. ¡Qué capacidad la suya para reivindicar la copla tantas veces denostada!.

Hoy se cumplen 20 años de aquél fatídico día en el que la muerte nos lo arrebató prematuramente. Su hijo pequeño Pablo a quien adoraba y de quien tan poco tiempo pudo disfrutar, ha tenido la feliz idea de rendir homenaje a su padre con un recopilatorio titulado “VIVA CARLOS CANO”. Acabar éste funesto año con tan buena noticia, es una bocanada de aire fresco que a mí, que tuve el privilegio de tratarle estrechamente y ser su amigo, me reconforta especialmente.