HUMANAMENTE HABLANDO

POR  HELENO SAÑA

Escritor y filósofo

       

“Elijo el perdón y la paz. Esto es lo que me dicta la conciencia y mi corazón y lo que me impide estar de acuerdo con la Ley de Memoria Histórica”

Creo, con razón o sin ella, que nuestro país se encamina con pasos cada vez más rápidos a un futuro cada vez más incierto, por mucho que el Ejecutivo nos asegure todos los días lo contrario. Entre las muchas cosas que nos faltan es el instinto de autopreservación que Spinoza consideraba como el rasgo antropológico más profundo del hombre, y que por extensión es aplicable también en sentido colectivo. Existe, sin duda, un gran número de españoles que piensan y obran de acuerdo con la tesis del filósofo judío, pero aumenta el número de ellos guiados más bien por el instinto de autodestrucción. Y una de las consecuencias más graves de este fenómeno es el deterioro creciente del debate público, regido en general no por el espíritu de concordia, sino de discordia, según Empédocles, origen y raíz del mal. Quien se pronuncie por la unidad de nuestro país, la reconciliación entre los contrarios y la voluntad de diálogo corre el riesgo de ser catalogado por la “doxa” triunfante como un reaccionario. Lo que priva,  está de moda y passa por progresista es el discurso aporético, el divisionismo, la lucha obbiana de todos contra todos. La “Diskursethik” o “Ética del discurso” que Jürgen Habermas o Karl-Otto Apel han expuesto en sus obras como la quintaesencia de la convivencia democrática, tiene entre nosotros cada vez menos predicamento. Lo que entre nuestros pagos predomina de nuevo es el maniqueísmo, la descalificación “a priori” del interlocutor incómodo, la lógica simplista de buenos y malos, el improperio y el monólogo. El lector sabe que el objetivo del arte dialéctico creado y cultivado por Sócrates y su discípulo Platón era el de buscar la verdad a través del diálogo. Por desgracia, lo que aquí se impone cada vez más no es éste modelo de cultura convivencial, sino la erística, la sofística y la retórica, esto es, la negación de todo intercambio honesto de pareceres.

No puede sorprender que el país viva en estado de polémica permanente. Pretextos y motivos para andar a la greña y tirarse los trastos a la cabeza no faltan nunca.Últimamente le toca el turno a la Ley de Memoria Histórica. No voy a entrar en los pormenores de esta nueva manzana de la discordia, por lo demás perfectamente conocidos. Me limitaré a decir que se trata de una iniciativa gubernamental que tendrá consecuencias negativas para la concordia nacional y que ya sólo por ello pertenece al proceso autodestructivo del que estoy hablando aquí. Precisamente porque no pertenezco al bando de los vencedores ni tengo el menor motivo para estar agradecido a la dictadura franquista, precisamente por eso, no puedo ni quiero sumarme al bando de quienes instrumentalizan la Guerra Civil con fines políticos o se dejan llevar por el rencor y el resentimiento, que es exactamente la opción que a pesar de llamarse cristianos eligieron los que ganaron la guerra.Creo que la mejor manera de de honrar y rendir homenaje y justicia a las víctimas del franquismo es la de evitar todo lo que pueda conducir al surgimiento de un nuevo capítulo de odios. Con ello no quiero decir en modo alguno que lo mejor es olvidar lo que ocurrió durante la Guerra Civil y la postguerra, una tragedia que, por lo demás, las víctimas y sus familiares no podrán borrar nunca de su memoria, y ello sin necesidad de que el Gobierno lo decrete. Pero hay muchas maneras de recordar el dolor causado por la represión franquista, y una de ellas es la de no permitir que ese dolor nos envenene el alma y degenere en espíritu de venganza. Sé por experiencia que ello no es fácil, pero sé también que no es imposible. Y no creo ser el único que piensa así. El filósofo francés cojudío Paul Ricoeur, que ha meditado “in extenso” sobre la “mémoire”, la “histoire” y el “oubli”, habla en este contexto del “arte del olvido”, que él considera como condición previa para el “difícil arte del perdón”. Personalmente creo que son posibles las dos cosas: recordar y perdonar. Creo asimismo que éste es también el camino para no olvidar a las víctimas del bando contrario, que también las hubo, por mucho que se las silencie o se las menciona como una simple “quantité négligeable”.

EN TODO CASO y con todas las consecuencias, puesto a elegir, elijo el perdón y la paz. Esto es lo que me dicta mi conciencia y mi corazón y lo que me impide estar de acuerdo con una Ley de Memoria Histórica que en vez de contribuir a la pacificación del país no está teniendo otro resultado que el de fomentar los ajustes de cuentas y la discordia y perpetuar la dialéctica autodestructiva de vencedores y vencidos.